La
libertad y la justicia son dos galimatías, a cuál más aberrante, que han
incitado al hombre a cometer locuras sin par. La mayor tontería del Quijote es
anteponer la espuria libertad sobre cualquier otra cosa, incluida la alegría y
el regocijo que le causaba ser protagonista de verdaderas escenas de
caballería. En las sociedades democráticas, la libertad y la justicia han sido
colocadas en las aras del pueblo, a pesar de que ambos conceptos no han sido
nunca definidos cabalmente. Todas las conceptualizaciones que se han ofrecido
sobre la libertad y la justicia han resultado en aporías, en bucles infinitos;
la mejor forma de definir hasta ahora ambos conceptos ha consistido,
precisamente, en señalar el anverso contrario de dicho concepto.
No sabemos lo
que es la justicia ni la libertad, pero sí lo que es la injusticia y la
privación de la libertad. Imposible es debatir sobre la falaz Libertad y la
atrabiliaria Justicia, sobre el origen y las causas a través de las cuales han
ejercido un embrujo sobre las personas que las han arrastrado a cometer tropelías
sin fin bajo su amparo; imposible es debatir con aquellos paladines de la
libertad y la justicia, toda vez que suelen incurrir en falacias fractales. La
democracia ha erigido su edificio, su particular torre de babel, sobre estos
dos pilares, la libertad y la justicia, por cuya razón suscita un malestar
profundo entre las filas de los fundamentalistas demócratas cuestionarse sobre
la etiología de ambas obsesiones. La libertad es una obsesión para el Quijote
que le impide disfrutar de la vida. La desalmada Justicia y la depravada
Libertad fueron dos obsesiones patológicas que impelieron a los revolucionarios
franceses a perpetrar crímenes truculentos.
El
populista José Saramago afirmaba que la justicia es la condición indispensable
para la felicidad del espíritu, el mencionado populista propugnaba por la
justicia como un imperativo moral ineludible, como el respeto por el derecho a
ser que asiste a cualquier ser humano. Discrepo absolutamente. La justicia como
garante de la ontología es una trampa del lenguaje, una entelequia, un sofisma
dogmático que conduciría a una fenomenología espuria, a un bucle infinito. No
hay peor engaño que el que se engaña a sí mismo, como ocurre en esta argucia de
Saramago. No es el derecho a ser lo que debería, en primera instancia,
garantizar la justicia, sino que hay otro derecho mucho más importante, mucho
más trascendental, que la justicia nunca podrá satisfacer: el derecho a nacer.
En última instancia, la justicia debería garantizar el derecho a no nacer, la
libertad jamás obtenida de elegir si deseamos nacer, toda vez que cualquier
individuo está condenado a muerte desde el momento en que es concebido. Este
derecho a no nacer nunca podrá ser satisfecho, por cuya razón existirá siempre
la obstinación de reclamar justicia, una obsesión patológica que nunca será
saciada, que ocasionará un descontento eterno en el hombre que la exige.
La
justicia muere cada día sí, es cierto, muere cada vez que un individuo es
concebido. La justicia debe morir cada día, la justicia debe morir para
siempre, a fin de que nazca un nuevo ser humano que no abrigue nihilismo
alguno. No hay que doblar las campanas por la muerte de la justicia, hay que
celebrarla, habida cuenta de que se trata, sin duda, de una obsesión nihilista.
La
democracia es un disparate supino que incurre en el argumentum ad consequentiam
de que sólo por medio de ella se garantiza la absurda libertad y la perversa
justicia. La democracia es una falacia nihilista que se ha construido sobre dos
obsesiones que han alterado a la humanidad hasta el límite de la demencia. Se
ha defendido a la democracia, por ser, según sus defensores, la única forma de
gobierno que permite el mejor de los enojos: perseguir eternamente la justicia
y la libertad incumplidas. No se han molestado los fundamentalistas demócratas
siquiera en preguntarse el por qué se persiguen esas dos obsesiones
patológicas, no se han preguntado el por qué se persiguen eternamente, el por
qué estás obsesiones insaciables nunca se satisfarán. Estas dos obsesiones que son la ominosa Justicia y la
pervertidora Libertad.
Tampoco se han preguntado los fundamentalistas
demócratas el por qué perseguir estas dos obsesiones neuróticas comporta un
enojo, el mejor de los enojos. ¿Un enojo contra qué?, sería la pregunta más
cabal, una vez que se ha reconocido que perseguir ambas obsesiones entraña un
enojo. Pues bien, es tiempo de aclarar que perseguir esas dos obsesiones, la
sanguinaria Justicia y la inicua Libertad, comporta sí, un enojo, pero no es el
mejor de los enojos, antes bien, se trata del peor de los enojos, habida cuenta
de que perseguir eternamente a la justicia y a la libertad implica un enfado
contra la vida misma.
FRAGMENTO DE PARA MAYOR GLORIA DE BACO
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