miércoles, 27 de enero de 2016

ENTREVISTA REALIZADA A LA ESCRITORA MERCEDES MARTORELL (SEGUNDA PARTE)

GQ: ¿Cuáles son esos problemas tan graves?
MM: Por ejemplo, alumnos que insultan y golpean a sus maestros, hijos que insultan, desobedecen y llegan incluso a golpear a sus progenitores. Esto es muy preocupante, es alarmante, y es por culpa de la democracia.
GQ: Por supuesto que son preocupantes esos problemas, pero me parece que usted está exagerando. No todos los alumnos golpean a sus maestros, no todos los hijos golpean a sus padres.
MM: Pero tampoco son casos aislados. Ya están siendo bastante frecuentes, y yo creo que lo serán más.
GQ: ¿Por qué lo dice usted?

MM: El problema más alarmante es la tendencia, lo que ha ocurrido desde hace unos sesenta años, la pérdida absoluta de respeto por la autoridad que ha ocasionado la democracia. Nuestra generación le tenía un respeto absoluto a la autoridad, jamás nos pasaba siquiera por las mientes gritarles o insultar a nuestros padres, a nuestros profesores. Ahora está ocurriendo. El problema más grave, como digo, es la tendencia de los últimos años.
GQ: ¿Cuál es esa tendencia? ¿Nos la podría explicar más a fondo?
MM: Claro que sí. Mire usted, yo estoy cerca de cumplir cincuenta años, es decir, he vivido casi medio siglo. Y sé, por boca de mis padres, cómo vivían ellos cuando eran niños, es decir, hace sesenta años. En aquella época, durante la dictadura franquista, había un respeto infinito hacia la autoridad, había incluso miedo, mucho miedo. Mis padres me contaban que ellos les tenían miedo a sus padres, miedo a sus profesores.
GQ: ¿Usted aprueba que se le tenga miedo a la autoridad?
MM: ¡No, por supuesto que no! Yo estoy en contra de que la autoridad se ejerza a través del miedo, de ese miedo que paraliza, que más que miedo es pánico. Nuestros padres les tenían un pánico atroz a sus padres, a sus profesores.
GQ: Porque los padres y los profesores les golpeaban.
MM: Así ocurría, yo creo que a usted también se lo contaron sus padres. Yo desapruebo ese miedo, ese pánico, imagino a mis padres, siendo niños, sentados a la mesa, comiendo, casi sin poder respirar, teniendo que controlar todos los movimientos por miedo a enfadar a sus padres, no podían siquiera dirigirles la palabra. Si mi abuelo no le daba permiso a mi padre de hablar, él lo tenía prohibido. Tampoco podía levantarse de la mesa sin permiso del padre.
GQ: Eran tiempos muy autoritarios en los que los padres eran casi dictadores, o dictadores. Se abusaba del poder. ¿Estará usted de acuerdo conmigo en que la democracia nos ha liberado de esos abusos de poder tan autoritarios por parte de los gobernantes, de los padres?
MM: Sí, desde luego. Pero a qué precio, a cambio de qué. La democracia se instauró en España después de la muerte de Franco, y desde entonces, paulatinamente, se ha menoscabado tanto la autoridad que ahora estamos viviendo bajo un sistema de gobierno que yo denomino el libertinaje de la oclocracia.
GQ: ¿Puede explicarnos ese término?
MM: Sí, pero antes considero que es menester aclarar lo más alarmante que yo veo: la tendencia. Como hemos dicho, nuestros padres abrigaban mucho miedo hacia sus padres, hacia los profesores (quienes también abusaban del poder; mi padre me comentaba que les tenía mucho miedo a sus profesores, porque les golpeaban con una regla, con la tiza, etcétera). Huelga apuntar que yo desapruebo estos abusos de poder. No obstante, como usted bien dice, la democracia nos libera de esos abusos de poder, nuestra generación ya no abrigaba tanto miedo hacia las autoridades, hacia los padres, hacia los profesores, pero sí un respeto absoluto. (Ojo, yo considero que para que el respeto sea cabal, debe tener un poco de miedo.)

domingo, 17 de enero de 2016

ENTREVISTA REALIZADA A LA ESCRITORA MERCEDES MARTORELL (PRIMERA PARTE)

GQ: Buenas tardes, señora Martorell. Le agradezco que haya accedido a esta entrevista.
MM: Muchas gracias a vosotros por la invitación.
GQ: Usted acaba de presentar un libro en el que enfatiza que la democracia es un problema. Puede usted explicar a nuestros radioyentes por qué la democracia es problemática.
MM: Sí, claro, con mucho gusto. La cuestión no es fácil, desde luego. En principio, yo considero que es importante realizar una autocrítica sobre la democracia que hasta este momento no se ha realizado.
GQ: ¿Por qué cree usted que no se ha realizado esta autocrítica de la democracia?
MM: Porque no conviene, porque resulta políticamente incorrecto. La inmensa mayoría de las personas han asumido que la democracia es la mejor forma de gobierno, y no están dispuestas a debatir sobre este punto.
GQ: ¿Si la inmensa mayoría de la gente cree que la democracia es la mejor forma de gobierno, no considera usted que es una razón suficiente?
MM: No, en absoluto. Hace quinientos años la inmensa mayoría de la gente creía que el Sol giraba alrededor de la Tierra. Fueron Copérnico y Galileo los que demostraron que no era cierto. Ahora la mayoría cree que la democracia es la mejor forma de gobierno, pero yo quiero plantear una revolución copernicana sobre ella.
GQ: ¿Sería usted la primera en criticar a la democracia?
MM: No, ni mucho menos. Los griegos fueron los inventores de la democracia, como todos sabemos, lo que no se ha divulgado mucho, porque no conviene, es que las mentes más brillantes de aquella época estaban en contra de la democracia. La criticaban mucho.
GQ: ¿Cuáles eran esas mentes más brillantes que criticaron a la democracia?
MM: Platón y Sócrates se burlaban de la democracia, también se opusieron a la democracia Aristófanes, Sófocles. Aristóteles se refirió a algunas de las aberraciones en las que podía incurrir el gobierno del pueblo, por ejemplo, la oclocracia, es decir, el gobierno de la muchedumbre, que es lo que ocurre ahora. Pero yo quiero hacer una crítica más profunda y radical sobre la democracia.
GQ: Entremos en materia, usted asevera que la democracia ocasionará el colapso de la civilización en menos de cincuenta años. ¿Puede explicarnos por qué tiene usted esta visión tan catastrofista de la democracia?

MM: Yo no la llamaría catastrofista, sino realista. Para entender el grave problema de la democracia, no hace falta más que ver sus síntomas, como es la pérdida absoluta de respeto por la autoridad. Lo que está ocurriendo en España ahora es muy alarmante: no sólo lo que vemos en la calle, las manifestaciones vandálicas de los antisistema que atacan a la autoridad, sino que también hay otros síntomas de la enfermedad que son muy alarmantes, y que no aparecen en los telediarios, pero que están ahí. Son problemas muy graves.

domingo, 10 de enero de 2016

LA DEMOCRACIA ES UNA FALACIA NIHILISTA

La libertad y la justicia son dos galimatías, a cuál más aberrante, que han incitado al hombre a cometer locuras sin par. La mayor tontería del Quijote es anteponer la espuria libertad sobre cualquier otra cosa, incluida la alegría y el regocijo que le causaba ser protagonista de verdaderas escenas de caballería. En las sociedades democráticas, la libertad y la justicia han sido colocadas en las aras del pueblo, a pesar de que ambos conceptos no han sido nunca definidos cabalmente. Todas las conceptualizaciones que se han ofrecido sobre la libertad y la justicia han resultado en aporías, en bucles infinitos; la mejor forma de definir hasta ahora ambos conceptos ha consistido, precisamente, en señalar el anverso contrario de dicho concepto. 

No sabemos lo que es la justicia ni la libertad, pero sí lo que es la injusticia y la privación de la libertad. Imposible es debatir sobre la falaz Libertad y la atrabiliaria Justicia, sobre el origen y las causas a través de las cuales han ejercido un embrujo sobre las personas que las han arrastrado a cometer tropelías sin fin bajo su amparo; imposible es debatir con aquellos paladines de la libertad y la justicia, toda vez que suelen incurrir en falacias fractales. La democracia ha erigido su edificio, su particular torre de babel, sobre estos dos pilares, la libertad y la justicia, por cuya razón suscita un malestar profundo entre las filas de los fundamentalistas demócratas cuestionarse sobre la etiología de ambas obsesiones. La libertad es una obsesión para el Quijote que le impide disfrutar de la vida. La desalmada Justicia y la depravada Libertad fueron dos obsesiones patológicas que impelieron a los revolucionarios franceses a perpetrar crímenes truculentos.

El populista José Saramago afirmaba que la justicia es la condición indispensable para la felicidad del espíritu, el mencionado populista propugnaba por la justicia como un imperativo moral ineludible, como el respeto por el derecho a ser que asiste a cualquier ser humano. Discrepo absolutamente. La justicia como garante de la ontología es una trampa del lenguaje, una entelequia, un sofisma dogmático que conduciría a una fenomenología espuria, a un bucle infinito. No hay peor engaño que el que se engaña a sí mismo, como ocurre en esta argucia de Saramago. No es el derecho a ser lo que debería, en primera instancia, garantizar la justicia, sino que hay otro derecho mucho más importante, mucho más trascendental, que la justicia nunca podrá satisfacer: el derecho a nacer. En última instancia, la justicia debería garantizar el derecho a no nacer, la libertad jamás obtenida de elegir si deseamos nacer, toda vez que cualquier individuo está condenado a muerte desde el momento en que es concebido. Este derecho a no nacer nunca podrá ser satisfecho, por cuya razón existirá siempre la obstinación de reclamar justicia, una obsesión patológica que nunca será saciada, que ocasionará un descontento eterno en el hombre que la exige.

La justicia muere cada día sí, es cierto, muere cada vez que un individuo es concebido. La justicia debe morir cada día, la justicia debe morir para siempre, a fin de que nazca un nuevo ser humano que no abrigue nihilismo alguno. No hay que doblar las campanas por la muerte de la justicia, hay que celebrarla, habida cuenta de que se trata, sin duda, de una obsesión nihilista.

La democracia es un disparate supino que incurre en el argumentum ad consequentiam de que sólo por medio de ella se garantiza la absurda libertad y la perversa justicia. La democracia es una falacia nihilista que se ha construido sobre dos obsesiones que han alterado a la humanidad hasta el límite de la demencia. Se ha defendido a la democracia, por ser, según sus defensores, la única forma de gobierno que permite el mejor de los enojos: perseguir eternamente la justicia y la libertad incumplidas. No se han molestado los fundamentalistas demócratas siquiera en preguntarse el por qué se persiguen esas dos obsesiones patológicas, no se han preguntado el por qué se persiguen eternamente, el por qué estás obsesiones insaciables nunca se satisfarán. Estas dos obsesiones que son la ominosa Justicia y la pervertidora Libertad.

Tampoco se han preguntado los fundamentalistas demócratas el por qué perseguir estas dos obsesiones neuróticas comporta un enojo, el mejor de los enojos. ¿Un enojo contra qué?, sería la pregunta más cabal, una vez que se ha reconocido que perseguir ambas obsesiones entraña un enojo. Pues bien, es tiempo de aclarar que perseguir esas dos obsesiones, la sanguinaria Justicia y la inicua Libertad, comporta sí, un enojo, pero no es el mejor de los enojos, antes bien, se trata del peor de los enojos, habida cuenta de que perseguir eternamente a la justicia y a la libertad implica un enfado contra la vida misma.